La mujer de la Biblia
Las mujeres de la Biblia
Vida y Época
JUANA LA MUJER QUE HONRÓ A CRISTO CUANDO ESTE LA SANÓ
Referencias bíblicas: Lucas 8:1-3; 23:55; 24:10
Significado del nombre: El nombre hebreo de esta mujer a quien se enumera entre los discípulos de Cristo, tiene el mismo significado que «Juan»: «Jehová ha mostrado su favor» o «El Señor es gracia» o «El Señor da generosamente». Fue porque el Salvador mostró su favor para con Juana que ella se levantó y le siguió.
Nexos familiares: Lo que sabemos de la historia de Juana, es que era esposa de Cuza, el administrador de Herodes, el Tetrarca a quien algunos escritores identifican con el funcionario real de Juan 4:46-54. Juana (Joana, RVR 1960) era también el nombre de un hombre, el hijo de Resa (Lucas 3:27), uno de los ancestros de Cristo que vivió alrededor del año 500 a.C.
Al leer entre líneas, en la breve historia que Lucas nos da en su relato sagrado del personaje femenino Juana, vemos que ella era una fiel discípula de aquel a quien le debía tanto. Hay tal diferencia entre ella y la monstruosa Jezabel que analizamos anteriormente como la hay entre la luz y la oscuridad. Respiramos un aire más puro en compañía de Juana, cuya vida y hecho se nos presentan de cinco maneras:
Una mujer enferma a quien Cristo sanó
Juana, junto con María Magdalena y Susana, estuvo entre «algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades» (Lucas 8:2). No se nos dice si Juana estaba poseída por un demonio o si sufría de alguna enfermedad mental o incapacidad física. Es evidente que esta mujer de la clase alta, a quien Cristo le restauró la salud, le entregó su vida. Aquí ella aparece como una de los viajeros que precedían a Cristo y a los doce para que tuvieran un recibimiento hospitalario. Sufragaba muchos de los gastos con sus propios recursos y de esta forma servía a Cristo con sus bienes. Así como recibió de manera gratuita el toque sanador de Cristo, ella le daba sin restricciones de sí misma y de sus medios para el bienestar de Él.
Una testigo fiel en un ambiente inusual
Cuza, el esposo de Juana, era el administrador de Herodes, que es la misma palabra que se usa para «mayordomo» (Mateo 20:8, RVR 1960) o «tutores» (Gálatas 4:2). Cuza debe haber sido un hombre inteligente y capaz para ocupar el cargo que tenía como administrador de las ganancias y gastos de Herodes. Luego de conocer la fama de Jesús, Herodes creyó que se trataba de Juan el Bautista, a quien él había asesinado, que había resucitado de entre los muertos. Es probable que tanto Cuza como Juana estuvieran entre los sirvientes a quienes Herodes les impartió esa creencia. Es natural que Juana, quien era una discípula del Señor, hablara de él a los sirvientes de Herodes, (Mateo 14:2), y a menudo Herodes oiría sobre Jesús pues su hermano de crianza, Manaén, era uno de los maestros de la iglesia (Hechos 13:1). El oficio de Cuza le dio a Tuana una excelente oportunidad de testificar en el palacio y podemos imaginarnos que sacó buen provecho de ello. Como hija del rey celestial sentía que tenía que hablar de su gozo por todos lados.
Por la gracia divina, a menudo los cristianos se encuentran en los lugares más inesperados, donde pueden dar buena profesión de su fe en Cristo. Pablo, prisionero en Roma, a quien perseguía Nerón, el peor gobernante que ha existido, pudo escribir acerca de los santos en la casa del César. Cuenta la tradición que Cuza perdió su puesto en el palacio de Herodes debido a la conversión de su esposa al cristianismo y su valeroso testimonio entre los siervos de Herodes. Si esto en realidad ocurrió, sabemos que el Señor albergó a ambos.
Una generosa sustentadora de Cristo
Una vez sanada y salvada, Juana dio gracias. Cristo había ministrado para su restauración física y su salvación y en pago ella le sirvió a Él. Por «recursos» debemos entender posesiones materiales como dinero y propiedades y Juana honró al Señor con ellas. Sabía que Él y los discípulos que lo acompañaban tenían poco con qué sustentarse, así que Juana, de su abundancia, dió con generosidad para las necesidades de estos y de esa manera ejemplificó la gracia de dar. Podemos imaginar entonces qué gozo llenó el corazón generoso de Juana cada vez que ella recordaba cómo había servido y ayudado a satisfacer las necesidades materiales del Señor que tanto hizo por ella.
Una afligida doliente en la tumba de Cristo
Juana, fue una de las mujeres que estuvieron al pie de la cruz, su corazón debe haberse desgarrado de angustia al ver a su amado Señor muriendo en agonía y vergüenza. ¿No era ella una de las mujeres consagradas que lo habían seguido desde Galilea y quien tras esa muerte brutal preparó especias y ungüentos para su cuerpo (Lucas 23:55, 56)? Aquel que curó su cuerpo y alma se había convertido en algo precioso para Juana y así como le sirvió mientras estaba vivo, continúa su ministerio de amor aunque su cuerpo yace inmóvil y frío por la muerte. Muchos guardan sus flores para la tumba, Juana le dio las suyas a Jesús cuando estaba vivo y podía apreciarlas, así como también las presentó en la tumba en honor suyo. Su «último homenaje» fue el símbolo externo de la reverencia interna que siempre había sentido hacia su Salvador.
Un heraldo jubiloso de la resurrección de su Señor
Juana, estuvo entre las mujeres afligidas que se reunieron en el sepulcro temprano en la mañana de ese memorable día del Señor, para permanecer un poco más en presencia de los muertos. Pero para su asombro, la tumba estaba vacía, porque el Señor viviente no estaba ya entre los muertos. Aún perplejas de ver la tumba vacía, vieron a los guardianes angelicales y les oyeron decir: «No está aquí; iha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea». iCómo podrían olvidar sus palabras! Al recordar todo lo que Él les había dicho acerca de Su sufrimiento, muerte y resurrección, María Magdalena, Juana y María la madre de Santiago, se convirtieron en los primeros heraldos humanos de la resurrección. Deprisa fueron a donde estaban los apóstoles y les dijeron las buenas noticias, pero por un rato sus palabras parecían una tontería hasta que Pedro vió personalmente las vendas de lino pero no a su Maestro muerto (Lucas 24:1-12). Entonces creyó en la declaración de las mujeres acerca del Señor que vive por siempre. Así que Juana estuvo entre las últimas a los pies de la cruz y entre las primeras en presenciar la tumba vacía y de igual manera entre las primeras en proclamar que el Señor, al que tanto había amado verdaderamente había resucitado. ¡Cuánto le debe la causa de Cristo a las consagradas Juanas!